lunes, 4 de septiembre de 2017

Guerras de hoy, ¿guerras de siempre?



La guerra es una continuidad histórica. Numerosos autores han insistido en la idea de que, en nuestra historia moderna, no ha existido ni un solo día en el que el planeta no haya estado sufriendo el impacto de un conflicto armado. No obstante, la naturaleza de las guerras, la forma en que estas se llevan a cabo, el número de conflictos, las causas de fondo que las explican, e incluso las tácticas de guerra han ido cambiado substancialmente en los últimos tiempos. Todos estos cambios, sin embargo, no deben llevar a equívocos: la guerra sigue siendo un fenómeno altamente complejo y altamente político que a menudo es peligrosamente simplificado por el análisis que hacen los medios de comunicación. Aunque por desgracia sigue siendo un fenómeno subanalizado, las últimas décadas han visto proliferar numerosos centros de investigación a nivel internacional que se han centrado precisamente en el estudio de la naturaleza y de las características de los conflictos armados contemporáneos. Existen al menos tres aspectos que cabe destacar a la hora de entender las guerras en la actualidad.

Un primer aspecto puede resultar sorprendente: desde finales de la década de los noventa se ha registrado un descenso leve pero constante del número de conflictos armados (los dos últimos años, sin embargo, son la excepción a dicha tendencia). Si bien el fin de la guerra fría conllevó un incremento extraordinario del número de conflictos a nivel internacional, siendo Somalia, Ruanda o la guerra de los Balcanes el momento álgido de esa escalada histórica, centros de investigación como el PRIO (Peace Research Institute Oslo) han puesto de relieve una tendencia a la baja en cuanto al número de guerras se refiere. No sólo eso, las guerras de la actualidad, al menos en el continente africano, duran menos: dos de cada tres conflictos duraron una media de cinco años o menos, en comparación a la mayor duración de los conflictos en épocas anteriores. Son buenas noticias que, sin embargo, no deben eclipsar la esencia del problema: siguen existiendo muchas guerras -unas 50, según el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute)– y siguen generando unos niveles de violencia insoportables para millones de personas en el mundo, especialmente para las mujeres y para los menores.

Una segunda cuestión es clave: la naturaleza de las guerras ha mutado substancialmente. Si en siglos anteriores las guerras eran enfrentamientos esencialmente entre estados, en la actualidad la gran mayoría de conflictos armados tiene lugar dentro de los estados, catalogándose muchas veces de “conflictos civiles”. No obstante, aquí radica un elemento de enorme confusión, las guerras a pesar de ser, en su mayoría, intraestatales tienen una dimensión regional, internacional y transnacional extraordinaria. La cantidad de actores globales que participan muchas veces en las dinámicas del conflicto es clave para entender la génesis, su evolución e incluso su resolución. Guerras como las de Afganistán, Irak, Siria o la República Democrática del Congo no sólo se explican por las dinámicas estrictamente internas, sino que deben encuadrarse en un escenario de enfrentamiento global. Este hecho pone de relieve la máxima clausetvitziana de que la guerra sigue siendo “la continuación de la política por otros medios” para multitud de actores en la escena internacional, una plataforma en la que se libran intereses y en la que se entretejen alianzas diversas.

Existe un tercer aspecto que también suele dar lugar a simplificaciones: los conflictos armados actuales no son monocausales, sino que en su origen y en su desarrollo subyacen múltiples causas interrelacionadas, haciendo así de la guerra un fenómeno complejo, que requiere análisis a distintos niveles: local, regional, global… pero también político, social, antropológico, histórico etc. Cualquiera de los conflictos armados que en la actualidad está activo parte de un marco histórico determinado que ya explica muchas cosas o bien son consecuencia de unas dinámicas políticas y sociales internas en las que las aspiraciones identitarias de determinados grupos, los agravios acumulados por éstos o bien la lucha por el control del poder, del territorio o de los recursos se erigen también en aspectos fundamentales. De la misma forma, son conflictos que se insertan en un contexto geopolítico y económico determinado, de correlaciones de fuerzas, de intereses, de venta de armas, de extracción de recursos, etc. Si observamos el caso de la República Democrática del Congo entenderemos que para una comprensión compleja del conflicto actual hay que tener en cuenta la historia colonial del país o las dinámicas de control del poder por parte de los diferentes grupos locales, pero también el papel que han desempeñado países como Ruanda, Uganda, Francia o EEUU.

La comprensión de estos tres elementos es esencial a la hora de plantear vías de resolución y transformación de todos estos conflictos. Porque no sólo se trata de mediar entre los grupos que se enfrentan a nivel local, sino tener en cuenta que la gobernanza de muchos de los problemas que nos afectan globalmente (venta de armas, extracción de recursos, cambio climático, desigualdades sociales, etc.) se convierte en un aspecto tan importante como el primero si aspiramos a una transformación de fondo de las causas que afectan a muchos de los conflictos de hoy.

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